Los nietos de los que emigraron pisan por primera vez Galicia

Hace más de medio siglo, zarandeados por la miseria y el hambre, miles de gallegos partieron en busca de un futuro más próspero. La conquista de aquella heroica aventura tiene hoy nombres y apellidos. Jóvenes de entre 14 y 17 años, nacidos en Uruguay, Argentina, Venezuela, Chile y México, nietos de aquellos emigrantes, pisaron ayer por primera vez la tierra de sus antepasados.

La foto del luto y del llanto de aquellas despedidas en los muelles en la década de los cincuenta ha quedado completamente velada. En Lavacolla aterrizaron ayer jóvenes en sudadera, de vitalidad desbordante, bien vestidos y educados, sin aspecto de haber pasado nunca un apuro y con cara de organizar un botellón más pronto que tarde. Sus abuelos tardaron hasta 40 y 50 años en volver a Galicia y dar con sus familiares. El programa Reencontros, que desde hace muchos años financia la Xunta, trae cada año a Lavacolla historias tremendas, en las que se entremezcla el desarraigo, la soledad y la ingratitud de la vejez. Nada que ver con lo que sucedió ayer en el aeródromo santiagués. Cuando se abrieron las puertas automáticas de la sala de llegadas B, pasadas las doce del mediodía, apareció un grupo que bien podría ser la selección juvenil de waterpolo de una comunidad autónoma.

A la gran mayoría no les esperaba ningún familiar. Sus padres y abuelos viven todavía en Sudamérica. Una de las excepciones fue José María Fontáns, cuya sobrina nieta, Lucía Santos, venía a Galicia por primera vez desde Montevideo. Sus primas gallegas también se acercaron a conocerla. También estaba en Lavacolla la abuela de Fiorella, que llegaba de Uruguay. Cuando acaben la estancia de dos semanas, regresarán juntas a Sudamérica.

Los jóvenes, que visitan la tierra de sus antepasados en un programa que financia la Xunta, aterrizaron en Compostela en varias tandas. A primera hora de la mañana llegó un grupo de 38 argentinos y al mediodía fue el turno para 39 uruguayos. Del resto de las nacionalidades hay una menor presencia: un chileno, dos mexicanos y cuatro venezolanos. «¿Que qué vamos a hacer estas dos semanas? Pasarlo bien y conocer la tierra de nuestras madres y abuelos; nos han hablado cosas maravillosas», explicaba una joven con inconfundible acento charrúa. El personal de la Secretaría Xeral de Emigración, perfectamente organizado, pasó lista tras el aterrizaje y los dividió en distintos grupos con destino a los albergues. Algunos estaban sorprendidos por la presencia de cámaras y periodistas. Igual que el resto de los pasajeros que venían en el vuelo de Madrid.

«¿Quién viajaba en el avión? ¿Algún famoso?», preguntó uno. «No, son unos chicos de Uruguay y Argentina, que llegan para conocer Galicia», replicó un cámara.

Incrédula ante el comentario, la turista se perdió entre el tumulto. Desconocía quiénes eran los chicos. Y a los verdaderos artífices de esta historia, héroes sin nombre, quizás merecedores de esa fama que nunca tendrán. Los abuelos que se marcharon y que todavía no han vuelto.