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La historia de Paramos en primera persona

(12/01/2011)

La historia de Paramos en primera persona

Autor:
Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es
Fecha de publicación:
12/1/2011

Fue un buen amigo el que me recomendó hace unos días la lectura de este libro que, escrito por Fina Fernández, no puede encontrarse en ninguna librería. «Es una joya», me dijo el recomendador, que añadió que incluye un trabajo de campo que para sí quisieran muchos autores consagrados. Y tenía razón.

Fina hace un recorrido por las experiencias vitales de sus convecinos de Paramos, la parroquia más pequeña de Tui, centrado en la emigración. Se tomó la molestia de visitar casa por casa -«en todas hubo un emigrante», asegura- y de escuchar de boca de sus protagonistas o, en su caso, de sus descendientes, historias bien personales de la diáspora, siempre con una gran carga de morriña.

Así he conocido las penas y alegrías del abuelo Juan, que allá por los años 20 trabajaba de sol a sol en las plantaciones de azúcar de Cuba, donde era tratado como esclavo. «Nunca conseguin gañar o suficiente para poder volver con honra», se lamentaba.

O las de Laudelina, a la que le temblaban las piernas aquella mañana de 1939 que subió al tren camino de Lisboa para, luego, embarcarse rumbo a Brasil, donde la esperaba Alfonso, al que casi no conocía y con el que se había casado por poder.

O las de José, que un día de primavera de 1950 (apenas había cumplido los 15) metió la poca ropa que tenía en una maleta prestada, y cruzó el Atlántico rumbo a Venezuela, donde no conocía a nadie y donde vivió experiencias extraordinariamente duras. Asegura que, con el paso de los años, entendió la frase de su valedor: «A vivir apréndese vivindo».

O las de Carmiña, la niña emigrante (Argentina, 1956), Manuel y Pepita (Brasil, 1954 y Alemania, 1962), Eladio y Rosa (Brasil, 1958), Evaristo (Alemania, 1961), Celina, José y Vita (Alemania, 1963), Ramón y Olivia (Francia, 1964), Esteban y Amable, Venancio y Lola, Conchita, Tomás, Juan, Jovita...

Lo más curioso es que detrás de tan concienzudo trabajo está una comisión de fiestas (la de Paramos, claro), que ha querido ir muchos pasos más allá del típico programa de bailes y actuaciones varias. No es la primera vez que Fina Fernández ha escrito un libro con ese motivo. Ya recibió un encargo parecido en el 2002. Entonces se centró en cuestiones territoriales, paisajísticas, monumentales... Tanto en aquella ocasión como en esta presidía la comisión de fiestas Arturo González, su marido.

Como ya se sabe, donde hay confianza..., así es que le dieron seis meses para hacer el trabajo de campo (y el otro) y ni un día más. Las fotografías las facilitaron los propios protagonistas, en tanto las ilustraciones son cosa de Xosé Antón Pedrido e Iris González. Visto (y leído) lo que han sido capaces de hacer con cuatro duros y una dedicación sin límites, llego a la sabida conclusión de que estamos rodeados de gente valiosa y anónima. Si no la vemos es porque no sabemos mirar. Menos mal que hay personas como Fina Fernández que están dispuestos a descubrírnosla.

Para muestra, el botón de ayer. El pintor y publicista inauguraba muestra -«intemporal», según dijo- en la primera planta del Concello. Pocas veces la antesala de la alcaldía se ha quedado tan pequeña como en esta ocasión. Allí estaban Elena Español, Baley, Cuqui Varela, Antonio Abad, Montes, Barreiro, Jose Luis Pereira, Pedro Solveira..., y, por supuesto, Carmen Salinero, culpable del retorno a la figuración del pintor y que fue la encargada de presentar el acto.

Sincera como ella sola empezó afirmando que de arte entendía más bien poco tirando a nada, que lo suyo es la biología (sección árboles, flores y frutas), pero que de lo que sí entendía es de sentimientos, y que Álex es capaz de reflejarlos como nadie en su obra.

Contó que fue precisamente un trabajo sobre camelias (la especialidad y la debilidad de Carmen) lo que propició que se conocieran hace cuatro años. «Nunca me había pasado, pero ante las flores sobre lienzo de Álex sentía lo mismo que ante la planta en vivo», dijo.

Reparte Álex su día entre estudio y estudio (el de publicidad por la mañana, el de pintura por la tarde). Dice que 24 horas dan para mucho. Sobre todo si uno se levanta cada día a las 5.30 de la madrugada -«es que soy el encargado de poner las calles», bromea-, y no se acuesta antes de la una.

 

 

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