M. VÁZQUEZ - SANTIAGO Galicia ha pasado en apenas una década de ser conocida como tierra de emigrantes a acoger a una colonia de extranjeros incipiente pero que desde el año 2000 ha logrado multiplicar por cuatro su número. Menos popular que otras comunidades españolas fuera de nuestras fronteras y con un tejido productivo y laboral más limitado que las grandes capitales del país, Galicia no puede aspirar a competir con Madrid o Cataluña en materia de inmigración pero dispone ya de unos cuantos ejemplos que demuestran que los extranjeros que la eligen para empezar una nueva vida, suelen echar raíces.
Un total de 36 concellos tienen ya entre su población una colectividad importante de inmigrantes, cuyo peso sobre el conjunto del padrón supera el 5%. Se trata de un grupo de municipios bastante heterogéneo en el que figuran algunas de las principales ciudades de Galicia (A Coruña, Vigo, Ourense y Lugo), concellos de tamaño medio y que deben su crecimiento más reciente sobre todo a la inmigración (Ames, O Porriño o municipios del área metropolitana coruñesa como Arteixo o Sada) y, en su mayor parte, pequeños ayuntamientos de comarcas del interior. Ourense, de hecho, aglutina a 15 de los 36 concellos, el 41,6%, con un mayor peso de la población inmigrante y aunque a priori pudiese parecer que las dos provincias atlánticas son las más atractivas por su mayor dinamismo económico, lo cierto es que es en Ourense donde se encuentra la mayor proporción de extranjeros: un 4,9%. Le siguen Pontevedra con ocho municipios con más de un 5% de inmigrantes, Lugo, con siete y A Coruña, con solo seis.
Pero incluso más excepcional es la situación de un pequeño grupo de concellos en los que el colectivo inmigrante está tan arraigado que ya representa más del 10% de toda su población. Son, en total, ocho municipios de menos de 10.000 habitantes y en su mayoría, del interior: siete en Ourense y uno en Lugo.
El ayuntamiento gallego con una colonia extranjera más importante es Carballeda de Valdeorras, un concello ourensano que ni siquiera llega a los 2.000 habitantes pero en el que residen 335 extranjeros, es decir, el 18% de su padrón. La responsable de que este pequeño concello rural sea el mayor exponente gallego de interculturalidad es una numerosa colonia de portugueses asentada desde hace años en él, donde también viven una docena de franceses, siete alemanes, nueve marroquíes y cinco brasileiros. Un caso similar es el de A Mezquita, un concello de apenas 1.352 habitantes en el que el 17,53% del padrón, hasta 237 personas, no es español y donde, otra vez, el peso de la inmigración se debe a un importante asentamiento de ciudadanos portugueses, que suman 225.
Este grupo de concellos, en cualquier caso, representa un caso excepcional y minoritario en una comunidad autónoma donde la población extranjera en 2010 apenas llegaba al 3,9% del total. Y es que a pesar de que en la última década la colonia de inmigrantes en Galicia no ha parado de crecer, la crisis ha supuesto un frenazo importante a la entrada de ciudadanos procedentes de otros países y todo apunta que, al menos de momento, su peso no va a seguir creciendo salvo en el caso de estos municipios, que ya han demostrado tener su propia dinámica migratoria.
La otra cara de la moneda en Galicia son los 16 ayuntamientos –seis ourensanos, seis lucenses y cuatro coruñeses– en los que el peso de la población extranjera es prácticamente nulo. Son municipios también pequeños y en general rurales donde figuran inscritos en el padrón menos de una decena de ciudadanos de otros países. Aunque en el caso más extremo, en Muras, toda la representación extranjera del municipio recae sobre los hombros de una única persona.
Son concellos en los que la inmigración, por excepcional y reducida, tienen un cierto componente exótico que despierta la curiosidad de los vecinos. Como en el municipio coruñés de Toques, donde casi a cualquiera al que se le pregunte por sus cinco vecinos extranjeros sabe con certeza quiénes son.