(28/06/2011)
Emigrantes, gallegos y... masones
Expulsados de España por el franquismo, cientos de emigrantes gallegos encontraron en EE. UU. una tierra neutral para practicar sin estigmas el culto de la masonería. Su filiación, en un país que presume de 14 presidentes masones, ha garantizado la pervivencia de las logias iniciáticas hispánicas
Son miembros de una de las sociedades secretas más importantes de la historia. Los gallegos Antonio Lampón, José Gil y Antonio Fernández forman parte de una de las pocas logias masónicas españolas que pudieron sobrevivir a la dictadura de Franco. El motivo es que su organización se encuentra en la isla de Manhattan, en Estados Unidos, a donde llegaron como emigrantes en una época en la que cientos de exiliados huyeron en busca de una tierra neutral para esta práctica iniciática y secreta.
Afirmar que la masonería y la emigración gallega en Estados Unidos han ido de la mano puede parecer a todas luces una exageración. Sin embargo, es imposible ignorar hechos como que la mayoría de los presidentes de la Casa de Galicia en el barrio neoyorquino de Queens han pertenecido a una de las tres logias en español que siguen existiendo en la Gran Manzana. «Sin ir más lejos, ahora mismo en nuestra directiva tenemos a ocho hermanos gallegos», subraya Antonio Lampón. El dato es significativo «porque cada vez son menos los jóvenes que quieren entrar en la logia. Ser masón -explica el gallego- implica mucho sacrificio y no todos están dispuestos a asumirlo».
No era así hace cuarenta años, cuando este hombre, entonces un joven recién llegado de la parroquia de Palmeira (Ribeira), se dejó caer en el barco que lo llevó a Nueva York en busca de nuevos aires de libertad. «En aquel momento existía una gran tradición entre los emigrantes gallegos de pertenecer a logias masónicas, bien porque algunos ya lo eran en España, o bien porque otros, como yo, habían conocido tangencialmente la esencia de ser masón». Lampón la conoció por vía familiar el día que un primo suyo escapado a Francia lo llevó a una reunión en una logia. «Me quedé impresionado de la determinación y la inteligencia de aquellos hombres y, de hecho, en cuanto puse un pie en Nueva York hice dos cosas. La primera fue preguntar dónde estaba la Casa de Galicia, y la segunda, empezar a buscarme la vida para poder hacerme masón».
La historia
Una de las primeras asambleas de las que se tiene constancia en España fue fundada en 1780 por un ministro de Carlos III y bautizada con el pomposo nombre de Grande Oriente Español. No tendría que pasar mucho tiempo para que esta institución fuese perseguida por Fernando VII, a quienes muchos atribuyen el inicio del acoso. Pero, con la llegada de la Segunda República, la masonería vivió un período de esplendor, gracias, en parte, a la presencia de varios hermanos en el Gobierno de la nación. «El propio Azaña era masón y todavía existe una logia bautizada con su nombre», apunta Antonio Fernández. Tras la Guerra Civil, «los masones fueron crucificados -recuerda este adepto- y muchos salieron huyendo para escapar de la cacería de Franco».
Se calcula que, durante la campaña antimasónica que el dictador llevó a cabo en marzo de 1941, unas 12.000 personas fueron detenidas y 2.000 condenadas, algunas a penas de más de 60 años de cárcel. Para entender las fuentes en las que alimentaba Franco su odio basta recurrir a escritores como el marqués de Valdelomar, quien en su libro La Masonería y el Estado (1974) dejó escrito: «Son los masones dueños de una inteligencia satánica (?) y responsables de una de las mayores desgracias de nuestro tiempo como es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, fruto de una organización que es ahora mismo el brazo político masón: las Naciones Unidas».
Más de 35 años después de que estas palabras fueran impresas, pertenecer a una logia sigue siendo motivo de vergüenza en España. Los masones «siguen escondidos, porque el daño que hizo el franquismo todavía no ha sido reparado», afirma Lampón. «Yo en Galicia nunca oculto mi condición de masón, pero me consta que hermanos de la logia coruñesa El Renacimiento, nada más terminar la reunión, se sacan los mandiles propios de nuestra orden para que nadie los reconozca».
Y es que, si bien la masonería dejó de ser delito en España en 1979, muchos estigmas permanecen aferrados a la memoria colectiva, en parte por el secretismo que sigue rodeando a la institución. «Como todas las sociedades, también la masonería tiene secretos, pero cada vez son menos», asegura José Gil. El progreso es inevitable. «Para que te hagas una idea -continúa este hermano-, antes todos los documentos tenían que ponerse por escrito. Ahora muchos masones ya participamos en Internet».
Nacido en Santiago de Cuba en 1823, cuando la isla todavía era colonia española, Cassard fue, como muchos jóvenes de su generación, uno de los propulsores del nacionalismo cubano que habría de germinar décadas después en la guerra de Independencia. Pero a él su compromiso le valió el destierro y en 1847, con 24 años, pisó suelo estadounidense en calidad de exiliado.
La violación del secreto
Tras pasar una breve temporada en Manhattan, en la que entró en contacto con varias asambleas masónicas, el activista cubano pronto se dio cuenta de la importancia de crear una logia para la comunidad hispana, entre la que gozaba de un enorme respeto. Pero en su intento por normalizar y hacer más sencilla la práctica de esta creencia, Andrés Cassard cometió un error capital: escribió un tratado en el que desvelaba algunos de los símbolos y señas secretas de los masones, algo que casi le cuesta la expulsión de la organización a la que pertenecía.
Tras conseguir ser aceptado de nuevo por sus hermanos, el creador de la logia de La Fraternidad se dedicaría a defender los principios masónicos entre los españoles residentes en Nueva York hasta el día de su muerte, el 3 de febrero de 1894.
DE LA INDEPENDENCIA AL MANDIL. Cassard fue desterrado de Cuba por alentar la independencia y en 1847 llegó a Nueva York.
¿Cuánto cuesta entrar?
Orden secreta y de difícil acceso, la masonería hunde sus raíces en una nebulosa que algunos vinculan a la construcción de las pirámides. Lo que parece claro es que la institución fue creada por antiguos constructores de templos, que habrían cedido sus herramientas como símbolo. Hoy no hace falta ser constructor. «Ser masón es buscar una vida mejor para todo el mundo. Somos demócratas, estamos en contra de la ignorancia y a favor del beneficio moral y social, debemos dar ejemplo y ayudar al que nos necesite», resume Antonio Fernández. En Estados Unidos, para acceder al grado de aprendiz, compañero o hermano de cualquier logia es obligado tener 21 años y creer en un ser superior. En las tradicionales está prohibido el acceso a mujeres, y hablar de política o religión. «Pero el papel de la mujer es fundamental -dice Antonio Lampón-: cuando alguien solicita ser masón, si su esposa no está de acuerdo se rechaza de inmediato. Ser masón exige un gran sacrificio, personal y económico, y es imprescindible que la familia esté implicada. Todos pasamos por una comisión de investigación antes de entrar en La Fraternidad».
La masonería de EE. UU. dona millones para fines sociales. «En Nueva York tenemos hasta un pueblo, donde viven los masones retirados, y un hospital y un laboratorio, cuyos descubrimientos se donan al gobierno». La masonería es una presencia constante en la historia estadounidense: 14 de los 47 presidentes fueron masones, el último, dicen, el propio Obama. «En España esta apertura es impensable -dice Lampón-. Se sabe que el padre de Zapatero era masón, pero no tenemos datos sobre si él pertenece o no. Quizá ahora que deja el puesto se atreva a decir la verdad».
Sala del Capítulo de la Gran Logia de Nueva York, decorada con pinturas murales alusivas al antiguo Egipto, de donde procedería esta tradición.
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