JOSÉ LUIS QUINTELA JULIÁN Vaya lujo! Ayer he tenido la oportunidad, junto con personas de diferentes municipios de Galicia, e investigadores de la Universidad de Santiago, de profundizar juntos sobre el fenómeno inmigratorio. Hablamos sobre el estado de la cuestión y sobre la evolución hoy de tales flujos. Eso y plantear la visión en nuestros concellos por acoger, integrar, orientar y apoyar a estas personas.

A mí, además de una presentación más en clave doméstica de qué se hace en la ciudad, me tocó reflexionar sobre aspectos más generales. Y, asociado a esto, desmontar algún tópico. Aunque, como pasa en estas reuniones de profesionales que se implican, todos los que estaban allí ya son convencidos naturales. Uno habla para los que están en sintonía y, por el contrario, le es más difícil divulgar y formar fuera de tal círculo.

Pero lo cierto -y ahora estoy pensando en datos del CIS que he manejado en la charla- es que hay que hablar en voz alta y para toda la sociedad. Porque sigue habiendo tópicos y estereotipos, nada fundamentados, en relación con la inmigración. Que si consumen nichos laborales o que si las prestaciones sociosanitarias se centran en ellos, en detrimento de la población autóctona. No es verdad. Los segmentos de empleo en que la población inmigrante más se ha insertado se han centrado, fundamentalmente, en todo aquello que los autóctonos ya no queríamos hacer. Y, cuando la situación socioeconómica cambió, los mismos fueron los más expulsados de sus ocupaciones. A veces porque tales puestos se amortizaron o, en ocasiones, para ser sustituidos directamente por personas autóctonas.

En el capítulo de las prestaciones, además, nada ha engordado más en los primeros años de esta década la caja de la Seguridad Social, ralentizando el deterioro de las últimas anualidades inmediatas, que el engrosamiento de la nómina de contribuyentes a la misma. Y eso, en un país demográficamente en declive, sólo se ha podido conseguir con el importante aporte de la población inmigrante. Un elemento que ha permitido apuntalar el sistema y mejorar el estado global de nuestra sociedad.

Pero cuando el empleo se tambalea, afecta primero a los más vulnerables. Y aunque las instituciones se afanen en mantener y promover la cohesión social, y la iniciativa social dé el do de pecho, los recursos son limitados. Y esto se convierte en un círculo de difícil salida. La decisión, para muchas de estas personas, ha pasado por el retorno a su realidad de origen, en espera de tiempos mejores.

Otro tópico que ha de ser desmontado tiene que ver con aspectos de seguridad. La población inmigrante, en conjunto, no genera mayores problemas de orden público. Sí que es cierto que, mezclados, hay sectores y grupos específicos de delincuentes, exactamente igual que en cualquier sociedad. En un contexto de mayor permeabilidad de las fronteras, las mafias y las redes de delincuencia organizada se mueven más y se camuflan mejor. Pero eso no significa que el ciudadano senegalés o la ciudadana de Perú sean, en absoluto, más conflictivos. En absoluto, y las cifras lo demuestran.

Este planteamiento tan en positivo que les hago sobre la realidad de España como país perceptor de la inmigración tiene también sus sombras. Muchas de estas, seguramente, tienen que ver con un posible retroceso en materia de derechos humanos, en algunos contextos. Somos una realidad avanzada a la hora de reconocer derechos ligados a la diversidad y autonomía del individuo, muy por delante de otras sociedades más restrictivas desde múltiples puntos de vista. No podemos perder esto, aunque seamos sociedad de acogida. Y es que, en tales cuestiones ligadas a tales derechos básicos del individuo, no cabe la opinión o un determinado credo o filosofía. ¿No?

Bueno, una reflexión abierta en un fin de semana en el que también trabajarán sobre esta temática -reunidas en nuestra ciudad, que les sirve de anfitriona- las entidades pertenecientes al Foro Galego de Inmigración. Temas de hoy que nos sirven para avanzar y comprender mejor la realidad... De eso se trata.