(23/10/2012)
Una trabajadora de Zas narra un cuarto de siglo en tres destinos
Durante décadas, la historia de la emigración gallega se nutrió de miles de despedidas en los muelles antes de trayectos trasatlánticos, muchos para no volver jamás. Hace mucho que eso cambió. Europa, y sobre todo Suiza, ocupó el lugar de América, y en los noventa fue Canarias -sobre todo Fuerteventura- la que veía llegar cada semana a centenares de gallegos en busca de vidas mejores. También eso cambió, porque el paro azota en las islas más que en ningún otro punto de España.
Pero Galicia es país de idas y venidas, y de nuevo Suiza es meca migratoria, sobre todo en la Costa da Morte, la comarca española (incluidos los municipios de su entorno) con más trabajadores en el país helvético. Los datos del éxodo conocidos esta semana constatan una realidad que hace meses, incluso dos años, que se perciben.
Más que de cifras, esta emigración es una cuestión de rostros. Margarita Maroñas Ramos es uno de ellos. Por su vida han pasado los ciclos migratorios del último cuarto de siglo. Comenzaron hace 25 años, con 15, cuando sus padres la llevaron para Suiza, donde ya llevaban años, junto con su hermana. Margarita es de San Cremenzo de Pazos (Zas), una parroquia en la que casi todas las casas tuvieron alguna vez a alguien en ese país. Su padre, por cierto, aportó su experiencia a una tesina de una antropóloga suiza sobre las vivencias de los retornados.
Hasta los 25, Margarita vivió en Berna. Fue allí donde conoció a su marido. Como ella, hijo de emigrantes de Carballo, que también se marchó de chico a las tierras altas.
Un día, ya con dos hijos, decidieron volver a Galicia. Nueve años les duró la experiencia en campo propio. Así que, con el bum canario aún fresco, eligieron Fuerteventura. Primero se fue él, y después ella. Llevaban siete años en la isla y las cosas se pusieron difíciles; hace tres meses, él, en paro, decidió marcharse de nuevo. Pero ahora, directamente a Suiza, ya no a Galicia. Allí tiene familiares y contactos de los viejos tiempos. Tiene trabajo y permiso, toda una suerte. Y Margarita hará lo mismo el año que viene, cuando su hija pequeña termine el bachillerato (el mayor, de 19 años, ya estudia en Madrid, otro emigrante más a la fuerza).
Tiene claras algunas cosas. Dice, por ejemplo: «Arrepíntome moito de ter marchado de Suíza». Es un lamento que se escucha con frecuencia. Los taxistas que cada semana llevan y traen a vecinos de la zona desde Ginebra hasta Liechtenstein escuchan estas palabras constantemente.
Los que se quedan en Canarias lo hacen porque algo los ata; solo resiste la hostelería. La construcción es un fósil.
Los tiempos vuelven a ser duros, como los de sus padres: «Non, son peores. Temos un nivel de vida alto que queremos manter, e todos estamos con débedas que hai que pagar; antes, polo menos, marchaban sen deber nada», explica Margarita con resignación.
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