Al no haber cifras oficiales año a año anteriores a 1998 es imposible hacer comparativas a ese nivel de detalle, pero lo cierto es que se quiebra un proceso de crecimiento poblacional ininterrumpido que ha durado medio siglo. A la generación del baby boom sucedió, a finales de los 70 y los 80, el retorno de los emigrantes españoles. Y posteriormente, a partir de los 90, con la llegada masiva de inmigrantes. De hecho, el número de extranjeros residentes se ha multiplicado por nueve en tan solo quince años. En 1998, había 637.000 extranjeros empadronados, que suponían un 1,6 % de la población total. Hoy, son 5,5 millones y representan el 11,7 % del padrón.
Suave crecimiento autóctono
Frente a esta eclosión de la población extranjera, la autóctona solo ha crecido un 5,6 % en ese mismo período. Pero aunque muy suavemente, no ha dejado de aumentar. De forma que todas las alteraciones se explican por la evolución de la inmigración. Y esta, por la marcha del ciclo económico. El ritmo de llegada de inmigrantes se aceleró a principios del siglo, coincidiendo con los años de mayor crecimiento económico. El peso de la población extranjera sobre el total alcanza su cénit en el 2010 y empieza a caer, con más fuerza en el último año, cuando se agrava la recesión y se toma conciencia más clara de que la recuperación tardará aún en llegar. Y probablemente también porque muchos de los retornados sean parados que ya han agotado el seguro de desempleo y que ahora emprenden el viaje de regreso a sus países, con economías más florecientes en estos momentos que la española. De hecho, el grueso de los retornados son iberoamericanos. Ecuatorianos, colombianos, bolivianos y peruanos, más rumanos, explican el 60 % del descenso total de extranjeros.
Las comunidades mediterráneas, además de Madrid, con las que acogen una mayor proporción de población extranjera. En coherencia, son también las que sufren una mayor caída de inmigrantes. Madrid y Cataluña encabezan el listado de autonomías con mayor descenso en el saldo neto de población extranjera. Sin embargo, ninguna de las dos figuran entre las que pierden más población absoluta. Lo que se explica porque esta pérdida se compensa con las migraciones interiores, ya que reciben a ciudadanos que se marchan de las comunidades periféricas.
La pérdida de población extranjera, de prolongarse en años venideros, tendrá consecuencias considerables sobre la estructura demográfica y productiva de España. Mientras solo un tercio de los españoles tienen entre 16 y 44 años, la edad más fértil en términos reproductivos, los extranjeros en ese tramo son un 58,8 %. Y si los autóctonos en edad laboral son un 64,9 %, los extranjeros llegan al 78 %.
El descenso es general en todas las comunidades y augura años de caídas continuas
Todo apunta a que el año 2012 pasará a la historia como el punto de inflexión en la evolución demográfica de España. Según las previsiones del Instituto Nacional de Estadística, a mediados de siglo se habrá perdido un 10 % de población, hasta quedar ligeramente por encima de los 41 millones de ciudadanos, al nivel del comienzo de la centuria. El primer factor de esa implosión sería la disminución de la llegada de inmigrantes seguida de un incremento de la emigración. Un proceso que, a la vista de los datos conocidos ayer, ya ha comenzado.
La siguiente etapa, según el INE, vendrá dada por la caída en la natalidad. A partir del 2018, las defunciones superarán a los nacimientos, con lo cual la pérdida de población se acentuará aún más. En paralelo, seguirá aumentando la esperanza de vida. La consecuencia de todo ello será el creciente envejecimiento de la población. A mediados de siglo, el 37 % de la población tendrá más de 64 años.