(17/06/2013)
La próspera nación alpina teme la crisis europea y dificulta la inmigración. Una semana atrás, los suizos en referendum aprobaron un endurecimiento de las condiciones de asilo.
En los vagones de primera clase no hay ni un asiento libre. Son las siete de la mañana de un jueves en el tren que une Zurich, el centro financiero suizo, con Berna, la capital. En casi cualquier país esta sería la imagen de un tren lleno, sin más. En Suiza no. En esta isla de prosperidad europea, los trenes y los atascos en algunas carreteras se han convertido para muchos suizos en claros síntomas de que algo falla, de que las costuras del Estado de bienestar se fuerzan más de la cuenta. Sienten, en definitiva, que en este pequeño país no hay sitio para todos y que, por lo tanto, ha llegado el momento de poner orden en las fronteras. Es un discurso que se escucha en la calle, pero también en los despachos oficiales, donde se hacen ahora eco de una agenda política con la que machaca desde hace años la extrema derecha.
Podía haber sido más restrictivo. Podemos convivir con esta medida. Sólo durará un año. La gran cuestión es qué va pasar en los próximos meses, en las próximas votaciones en contra de la inmigración. Nuestro mercado laboral no es pequeño, no basta para que funcione nuestra economía`, estima Daum. Las grandes farmacéuticas, la banca, y la producción de maquinaria para exportación, principales pilares de la economía, simplemente no funcionarían sin los que vienen de fuera.
Los suizos respaldaron el domingo en referéndum con una amplia mayoría (79%) un endurecimiento de su ley de asilo. Suiza ha sido tradicionalmente un país muy generoso a la hora de acoger refugiados políticos en comparación con los países de la UE.
El referéndum celebrado el domingo es solo un paso en una batería de iniciativas con las que la clase política trata de dar respuesta a la creciente ansiedad ciudadana. La medida más sonada y la que ha enfadado a Bruselas ha sido la activación de la llamada cláusula de salvaguarda, por la que Suiza ha restringido los permisos de larga duración de los trabajadores de la Unión Europea, incluidos los españoles. En los próximos 18 meses, hasta tres referendos decidirán sobre la entrada de extranjeros en el país y contribuirán a redefinir la identidad de un país en el que los inmigrantes (23,3% de la población, la mayoría de ellos europeos, con los alemanes a la cabeza) han sido históricamente el motor de la economía.
Lo de la cláusula de salvaguarda ha sido más una medida simbólica que otra cosa. Afectará a apenas 3.000 trabajadores de la UE, que en cualquier caso podrán solicitar un permiso de corta duración hasta que expire la restricción el año que viene. Pero la realidad, los datos, son casi lo de menos. Porque lo que estos días dicta los impulsos políticos en Suiza son sobre todo los miedos y las percepciones, tanto o más reales, por otra parte, que la propia realidad. Se trataba, como reconocen los propios gobernantes, de calmar a la población y de demostrar que son capaces de decidir sobre el rumbo del país, es decir, de tomar decisiones para controlar la entrada y salida de trabajadores, incluso en contra de Bruselas.
Los apuros financieros de los países de la Unión han contribuido en buena medida a exacerbar los miedos. El tormentón que arrecia con fuerza en el resto de Europa ha vuelto a pasar de largo por Suiza, donde la economía va bien -previsión de crecimiento del 1,2%-, el paro resulta casi insignificante -cerca del 3%-, y el ejercicio de su particular democracia directa aún les garantiza una estabilidad política envidiable. Conscientes del frío que hace afuera de sus fronteras, buena parte de la sociedad suiza teme que hordas de trabajadores extranjeros más o menos cualificados vengan a estropearles la fiesta. Es lógico, explican, que si sus países no van bien, quieran venir al nuestro. El sonido de la calle confirma alguna de esas tesis. Los idiomas extranjeros se confunden en las ciudades suizas. El español, como el de Juan Crevillén, se escucha con mucha frecuencia.
Crevillén es un joven arquitecto que trabaja en un estudio de Zurich desde hace dos años. Antes, probó suerte en Londres, donde acabó fregando pisos. `Cuando me ofrecieron venir aquí, no lo dudé`. Aquí gana unos 3.000 euros netos al mes, pero advierte a los que estén pensando en emigrar que la vida es mucho más cara en Suiza. `Es duro, pero los españoles nos echamos una mano entre nosotros`.
La patronal suiza no quiere restricciones de entrada. Para ellos, cuanto más competencia, mejor. Thomas Daum, director de la Unión Patronal Suiza, sostiene que 2014 será un año clave, en el que con sus votaciones los suizos redefinirán su identidad. Daum considera que lo peor está por venir y que la activación de la cláusula de salvaguarda ha sido un mal menor.
Los grandes argumentos que airean los que piden limitar la entrada de extranjeros se desmontan de un plumazo. Los trenes no van llenos porque haya más gente, sino en parte, porque el servicio ha mejorado, es más rápido y eso ha hecho que más suizos lo elijan como medio de transporte. Que la presencia de extranjeros propicie el dumping social, es decir, la caída de los salarios, es algo que la patronal niega y que los sindicatos consideran que, de suceder, debería solucionarse con más inspecciones y respeto de la ley. Y que haya más criminalidad -los suizos ya no dejan abierta la puerta de a sus casas como antes- es posible. Resulta sin embargo que es en las zonas rurales, donde no hay apenas robos o ataques, donde el discurso del extranjero peligroso arrasa, lo que demuestra una vez más el poder de la percepción frente al de la realidad.
Es precisamente fuera de las ciudades donde triunfa la extrema derecha populista, la mayor fuerza en el Parlamento y probablemente la principal responsable de que el debate migratorio cope en los últimos tiempos junto con el fin del secreto bancario la agenda política en Suiza.
Sí es cierto, que la población suiza ha aumentado en varias decenas de miles de personas cada año en un país de apenas ocho millones de habitantes y que algunas infraestructuras no se han adecuado a la población. `Hubo un crecimiento demográfico importante en los pulmones económicos del país, que por ejemplo no se ha acompañado de una política inmobiliaria y han subido los precios de los apartamentos. De eso también se culpa a los extranjeros`, apunta Cesla Amarelle, profesora de derecho migratorio de la universidad de Neuchtel y parlamentaria. `Los políticos no se dieron cuenta de que el crecimiento tiene que ir acompañado de mejoras de las infraestructuras. Hay gente que viaja de pie en los trenes y eso nunca se había visto en Suiza`. En el tren de regreso a Zurich hay asientos libres en los vagones. Ya no es hora punta.
Yves Rossier, Secretario de Estado de Exteriores, prefiere tratar de comprender las grandes corrientes y los sentimientos que afloran en la sociedad suiza. Cree que los suizos se sienten amenazados; como si vivieran en una isla rodeada de arenas movedizas. Que tratan de protegerse y de pelear por mantener su particular sistema político y su estabilidad económica.
-Limitaron la entrada de trabajadores de la UE. La medida afecta a muy pocos, sin embargo, han provocado el enfado de Bruselas. ¿Por qué lo han hecho?
-Fue una decisión política. Hay que tener en cuenta el contexto. La situación financiera de Europa, el paro juvenil en la Unión... son temas que están al pie de la calle en Suiza. Estamos metidos de lleno en este debate. La frontera suiza se cruza 1,5 millón de veces al día. Nos sentimos en medio.
-Pero su economía va bien.
-Sí, pero hemos tenido una inmigración muy alta en los últimos años. La población se ha vuelto más contraria a la inmigración debido a la crisis en Europa. La gente teme la llegada masiva de trabajadores de la UE. Sienten una presión sobre sus salarios.
-Sí, pero las cifras indican que esa presión no es real.
-En política, las percepciones pesan tanto como las realidades y la gente siente que en Suiza caminamos en una dirección equivocada, que estamos perdiendo el control sobre nuestras vidas. En Suiza, la mayoría de los impuestos se quedan en el municipio, la gente vota en democracia directa. Quieren sentir que ellos controlan al Estado y no al revés. Es lo único que nos une, la cultura política y si creemos que está en peligro, nos sentimos amenazados. Para nosotros es una cuestión existencial.
Suiza votó el domingo pasado por democracia con equilibrio al frenar la iniciativa que buscaba la elección directa de los siete miembros del Consejo Federal, el Ejecutivo helvético. Un modo de decir `no` a campañas electorales costosas y permanentes, como ocurre en otros países y de nuevo, Suiza endurece el derecho a asilo. Pese a que el pueblo podía haberse otorgado con este voto un derecho más -el de elegir directamente a sus dirigentes principales- decidió dejar en manos del Legislativo esta tarea, tal y como ocurre desde 1848, cuando se constituyó la Confederación Helvética. Los mayores de 18 años que se pronunciaron marcaron el `No` en su boleta para impedir la elección ciudadana del Ejecutivo, con 76,3% de votos en contra.
"Visiblemente, los ciudadanos helvéticos están satisfechos del sistema y no ven el interés de cambiar", afirma el politólogo Pascal Sciarini, sobre el espaldarazo a esta iniciativa cuyo precursor ha sido el Partido Popular o Unión Democrática de Centro (UDC), el más fuerte en el país, pero que esta vez solo obtuvo eco en 2 de cada diez votantes
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