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«Muchos que saltan la valla en Melilla huyen de guerras, es eso o perder la vida»

(17/03/2014)

«Muchos que saltan la valla en Melilla huyen de guerras, es eso o perder la vida»

La Voz reúne a personas de diversos países, con problemas similares

Las personas que cada semana se encuentran en el primer piso de la Casa Solidaria, bajo el amparo de la asociación Ruiñahui, han nacido en 83 países diferentes, algunos a miles de kilómetros. Sin embargo, casi todos tienen las mismas preocupaciones: no consiguen trabajos dignos y sufren muchos desprecios racistas. La mayoría regresaría, sin pensarlo, a su tierra, pero allí solo se encontrarían con la vergüenza de haber fracasado en su aventura. La Voz reunió a ocho inmigrantes para escuchar sus vivencias.

 

racismo

«Me vieron leer un periódico y me dijeron: «¿Por qué lo haces? ¿Ves los dibujos?». Mara es de Senegal y se queja amargamente de muchas de las agresiones verbales racistas que sufre muchas jornadas. Por su color mucha gente con la que se ha topado en España le ha catalogado de una determinada manera: «Nadie sabe cómo es África realmente, yo nunca he estado en un pueblo, vivía en una ciudad y trabajaba en una gasolinera, estudié bachillerato y aprendí español», explica. Lamenta profundamente la ignorancia de los que lo encasillan: «Una vez estaba en un bar y me vieron leer un periódico, así que un hombre se puso a mi lado y medio riéndose me dijo: «¿Por qué lo haces? ¿Miras los dibujos?». Ese episodio saca a la luz otros igual de crudos, como el que relata Luis Enrique de Mos, que se define como morenito y es de Santo Domingo. «Fui a una zapatería a entregar un currículo y antes de que me diese la vuelta lo estaban rompiendo ante mis narices, me dolió mucho y no lo entiendo, podría esperar a que me marchase de la tienda, no saben lo que me costó conseguir ese currículo», lamenta muy dolido.

 

crisis

«Si vas limpio y aseado te ayudan menos». Luis Enrique tiene 23 años y una hija pequeña con su pareja española, Estefanía. No están pasando por un buen momento: casi todas las jornadas deben dejar a su pequeña en casa de la abuela para ir a comer a la cocina económica. Y todos los días salen a buscar un trabajo que no aparece. Luis Enrique tiene claro que en su país era mucho más feliz, quizá porque su madre le enviaba dinero de su trabajo en España. Pero emprendió un viaje que le costó 5.000 euros, tres años de trabajo para pagar visados y otros trámites. Ahora no tiene nada y se siente atrapado. «La mayoría de las personas lo venden todo para venir y cuando llegan y no encuentran trabajo se quedan atrapados. Volver es una utopía, porque deben enfrentarse a la vergüenza del fracaso en su país», resume Soledad Lucero, la presidenta de la entidad Ruiñahui en Ferrol.

 

imagen distorsionada

«La familia, los amigos te llaman y te piden un ordenador, un teléfono, no saben cómo estamos realmente». Mara ya no tiene reparo en confesar a los suyos que las cosas no son de color de rosa en Europa. Es más, junto a un amigo a veces llama a su país para convencer a los que están pensando en emprender un viaje en patera. Cuenta que la imagen que hay en África de Europa es totalmente distorsionada y personas como Soledad o Lucero (originarios de América Latina) confirman que en su caso pasa lo mismo: «Cuando yo vine pensé que con tres años de trabajo podría regresar para comprarme una casa y casi no tengo para comer», reconoce un hombre que encuentra la felicidad haciendo de payaso en fiestas infantiles: «Hacer reír a un niño no tiene precio», dice y recuerda lo mucho que le cuesta entender la palabra crisis aplicada a algunos casos que ve en España. «No hay crisis cuando se come todos los días», explica y sus compañeros añaden «varias veces al día». Después recuerdan que en sus lugares de origen solo tenían a veces «un trozo de pan» o «agua de café» para matar el hambre.

 

sueños rotos

«Trabajar, ganar dinero y volver a nuestros países, eso es lo que queremos». Maribel está casada con un español que asegura que se iría mañana mismo a Colombia, la tierra de su mujer. Todos tienen el mismo deseo: «Lo que queremos es trabajar, ganar dinero y volver a nuestros países». Los que no quieren son los que huyen de conflictos de forma desesperada: «Muchos de los que saltan la valla en Melilla huyen de guerras, es eso o perder la vida, solo están luchando por seguir vivos, por eso esperan a saltar durante años», zanja Mara.

 

 

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