Lamine es de Senegal. Llegó a España hace cinco años y durante un tiempo -antes de verse arrastrado al paro- trabajó como profesor de francés. «Daba clases particulares», explica en un castellano aromatizado por el acento. Lamine, además de francés, habla inglés y se defiende sin problemas en el idioma de Cervantes. El gallego, sin embargo, se le escapa. Pero por poco tiempo: se ha apuntado al curso para inmigrantes que organiza Amigos de Galicia y ayer recibió su primera clase. «Me gustan los idiomas y además quiero integrarme bien», señala. Y confiesa, acto seguido, que también desea que sus nuevas habilidades lingüísticas le ayuden a encontrar un trabajo.
Las razones que han llevado a Lamine hasta su pupitre de estudiante de gallego son muy similares a las del resto de sus compañeros. Aclebson, que llegó de Brasil hace nueve años, también está en paro. Y antes de quedarse en casa de brazos cruzados, prefiere armarse para poder luchar por su futuro. El gallego, dice, lo entiende. «Gallego y portugués son muy parecidos. Pero una cosa es entenderlo y otra es hablarlo», dice. María José, que también es brasileña, le da la razón. Ella lleva 19 años aquí, pero no ha logrado cogerle el tranquillo al gallego. «Normalmente lo entiendo, pero si es gallego cerrado no. Además quiero aprender a leer y escribir». También Celia, que es portuguesa, desmonta el mito de que el gallego y el portugués son la misma cosa. «Son parecidos, pero no son iguales». «Tengo dos hijos estudiando y he intentado aprender algo», sentencia. Ahora, con el curso, podrá saciar su curiosidad.
También la curiosidad y las ganas de poder ayudar a sus hijos con sus deberes han empujado a Lourdes a aprender gallego. Ella y Marcos, su marido y compañero de pupitre, se vinieron a Galicia hace ocho años. Dejaron atrás Paraguay y sus trabajos como administrativos en el Ministerio de Educación de su país. «Todo el mundo venía para aquí, para ahorrar dinero y poder comprarse una casa al volver». Pero ellos llegaron en un mal momento, y ahora Marcos espera que el gallego le ayude a «mejorar mi currículo y tener más opciones» para encontrar algún trabajo. «Seguimos aquí por los niños. Esto es mucho más seguro, y la educación y la sanidad son mejores que allá», explican.
Lo normal
Noelia, que también es de Paraguay, reconoce que en España no se ha encontrado con lo que esperaba. «Llegué hace seis años, aunque en Galicia solo llevo uno». Antes estuvo en Barcelona, donde conoció a Andrés. Y los dos viven ahora en Vilagarcía, donde se sienten «como en casa». Ambos se han apuntado al curso de gallego porque saber el idioma que habla buena parte de sus nuevos vecinos es «lo normal». «Saber idiomas siempre es bueno», apostilla Andrés. Dicho queda.
Una herramienta más útil «para socializar» que para conseguir un puesto de trabajo
Maite es la profesora que va a dirigir a este variado grupo por las doscientas horas que dura el curso de iniciación al gallego. No es nueva en estas lides: el año pasado ya ha enseñado este idioma a un grupo de pontevedreses de adopción. Aquella experiencia, aseguran desde la Fundación Amigos de Galicia, y lo reconoce Maite, fue todo un éxito. «De hecho, ha habido gente que nos ha pedido que hiciésemos la continuación de aquel curso», señalan desde la oenegé. Pero como los fondos no llegan para tanto, este año han apostado por repetir la experiencia en Vilagarcía. Habrá que esperar al final de curso para ver si los alumnos han sacado partido de las clases. Si mantiene durante todo el curso la energía que ayer demostraban en el aula, tienen el aprobado garantizado.