Rabia, impotencia y vergüenza. Es el sentir general de las autoridades europeas ante la última gran tragedia humana acaecida en el Mediterráneo. La Comisión Europea había advertido a los Estados miembros de que esto podría ocurrir si no afrontaban de forma «conjunta y solidaria» la cuestión migratoria. Los 28 líderes europeos sabían que así sería, pero nadie respondió a las persistentes llamadas de Italia y Malta pidiendo ayuda para gestionar los rescates en el mar y vigilar las fronteras.
Esta última desgracia ha puesto en evidencia el estrepitoso fracaso de la política migratoria europea y ha obligado a la jefa de la diplomacia comunitaria, Federica Mogherini, a llamar a los ministros de Exteriores a tratar hoy de urgencia en Luxemburgo el drama humano: «Es hora de que la UE aborde estas tragedias sin demora», exigió ayer antes de mostrar su enfado por la inacción e irresponsabilidad de algunas autoridades nacionales: «Hemos dicho demasiadas veces nunca más. Tenemos que salvar vidas humanas todos juntos, todos juntos necesitamos proteger nuestras fronteras y luchar contra el tráfico de seres humanos», dijo.
La presión del primer ministro italiano llevó al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a anunciar la celebración de una cumbre extraordinaria de los jefes de Gobierno sobre inmigración.
La magnitud de la tragedia también obligó al comisario europeo para la Inmigración, el griego Dimitris Avramopoulos, a cancelar su visita a Ceuta y Melilla y anunciar que se desplazaría hasta Luxemburgo para asistir al Consejo de Exteriores de la UE.
La sensación de que se pudo haber evitado es fundada. Bruselas pide desde hace tiempo aumentar de forma significativa los fondos para la agencia europea Frontex, encargada del control de fronteras externas. La ayuda se envía a cuentagotas y muchos Gobiernos se niegan a aportar más medios. Tampoco se ponen de acuerdo en qué estrategia seguir. Algunos optan por fortalecer las labores de salvamento marítimo. Otros, como España, alegan que esto puede generar un efecto llamada y abogan por trabajar sobre el terreno en los países de origen, desde donde operan las mafias de tráfico de personas. Esta opción ha funcionado bien en países como Marruecos, pero no parece que pueda tener éxito en otras puertas de salida del Norte de África como Libia. La guerra civil abierta tras la caída del dictador Muamar el Gadafi ha sumido al país en un caos absoluto. Mientras Libia no tenga una autoridad con la que negociar, la UE no podrá frenar el flujo de inmigrantes desde sus costas a Europa.
Desde los círculos diplomáticos de Bruselas se habla abiertamente de la falta voluntad política para emprender acciones colectivas. Algunas voces en la UE piden una solución eficaz y honesta: «El silencio ensordecedor de tantos Estados miembros es una vergüenza para Europa y ya no es aceptable. La hipocresía tiene que parar. La responsabilidad radica en los Gobiernos. En algunos más que en otros», aseguró ayer el líder de los socialistas en la Eurocámara, Gianni Pitella.
