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Historias de inmigración en Pontevedra: «Nos intentaron secuestrar, íbamos con el niño. Entonces, dijimos basta»

(14/10/2021)

Historias de inmigración en Pontevedra: «Nos intentaron secuestrar, íbamos con el niño. Entonces, dijimos basta»

 

María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

 

CAPOTILLO

 

Gabriela y Tirso comparten voluntariado en una oenegé en la que aspiran a trabajar. Vinieron de Venezuela con sus respectivas familias y les toca sobrevivir

 

14 oct 2021 .

 

Es media mañana y, en la tienda de segunda mano que tiene la oenegé Boa Vida en la calle Santa Clara de Pontevedra, Tirso Fernández y Gabriela Jaspe se afanan en clasificar,y colocar la ropa procedente de donaciones para que pueda venderse de nuevo. Son voluntarios de la oenegé y aspirantes a trabajar en la empresa de inserción social que tiene la entidad. Saben que en Boa Vida el lema es que todo el mundo tiene derecho a un trabajo digno. Y con esa ilusión doblan el género a la velocidad de la luz. Son compañeros de trabajo. Y tienen también un pasado compartido. Ambos llegaron a Pontevedra procedentes de Venezuela. En su historia se reconocerán miles de migrantes. A todos ellos se les quiere prestar atención esta semana en Pontevedra, en el marco de unos actos para conmemorar el Día Internacional por la Erradicación de la Pobreza, que se celebra el 17 de octubre. Tirso y Gabriela cuentan cómo y por qué cogieron las maletas y sus «pocos ahorros» y dejaron su país para viajar hasta España.

 

 

 «No quiero que me den dinero»

 

Así que cogieron las maletas y empezaron una nueva vida en Pontevedra. Gabriela reconoce que no fue fácil. Pero le cuesta quejarse: «Es que por muy difícil que sea iniciar la vida en un país que no es el tuyo, yo estoy agradecidísima a los españoles y a los gallegos, porque nunca me sentí discriminada ni insegura. Fíjate, una vez me cayó el móvil al suelo en unas fiestas. Llamé por teléfono y unos chicos que lo habían encontrado me lo devolvieron. Yo eso no lo había visto nunca», explica.

 

Los primeros años, hasta conseguir la residencia, tanto ella como su marido hicieron trabajos en negro. «Éramos ilegales y eso es tremendo», señala. Tuvieron ayudas de distintas organizaciones para alimentos. Pero no cobraron ninguna paga. De hecho, Gabriela señala: «Nunca quise dinero, siempre quise tener trabajo. Eso es a lo que aspiro».

 

Su marido logró emplearse como mozo de almacén y ella, en verano, trabajó en la hostelería. Señala que en invierno las cosas están más complicadas, también porque, al no contar con familia que les ayude, tienen que combinar los horarios para cuidar al crío. Acude como voluntaria a la oenegé Boa Vida. Y aspira a que la contraten con su empresa de reinserción. Sonríe al pensar en el futuro. Tiene 33 años y echa de menos a sus padres y abuelos. Pero no se ve volviendo a su país: «Tenemos miedo», dice.

«Tardé en acostumbrarme a ir por la calle y no mirar hacia atrás por si me siguen»

 

Tirso escucha a Gabriela y se reconoce en muchas de las cosas que cuenta. Él también es venezolano. Vivía en el estado de Zulia. Hace dos años, la empresa de productos veterinarios para la que llevaba media vida trabajando cerró sus puertas. Se vio en la calle y con el país patas arriba. Así que le hizo caso a un sobrino suyo, que le animó a salir del país y venir a España, y cogió el avión junto con su hija mayor, que acababa de terminar el bachillerato. Trabajó en negro «en todo lo que fue saliendo» y ahora es también voluntario de la oenegé Boa Vida con la esperanza de llegar a tener un contrato. Nunca está quieto. Ni él ni su hija. No pueden. Sueñan con ahorrar lo suficiente para sacar de Venezuela a su mujer y a su cría pequeña. «Ese es mi gran reto», sentencia con los ojos llenos de emoción.

 

Tirso reconoce que el miedo adquirido en su país se mantuvo un tiempo en su cabeza: «Tardé en acostumbrarme a ir por la calle y no mirar hacia atrás por si me siguen. Porque en Venezuela era a lo que estaba acostumbrado, a ir siempre pendiente de que no me estuviese alguien siguiendo para robarme», indica. Y señala que todavía fue más impactante el cambio que vio en su hija, que se vino con él a España cuando era adolescente: «El primer día que salió a la calle y vio a la gente que hablaba con el móvil sin que nadie se lo robase se quedó alucinada. Me dijo que nos iba a ir bien aquí, que estaba contenta».

 

Pese a que ninguno de los dos, ni él ni su hija, que ahora tiene veinte años, encontraron trabajo estable, sobreviven gracias a ocupaciones esporádicas, a organizaciones benéficas y a que comparten piso con familiares que también se establecieron en Pontevedra. «Estamos seis en un piso y así nos apañamos», dice. Su meta, insiste él, es que su mujer y su hija pequeña, adolescente, puedan venir a España. Pero para ello necesitan ahorrar. Y no es ese el único sueño de la familia: «Mi hija mayor hizo el bachillerato y le gustaría seguir estudiando. Por ahora tiene que trabajar en lo que encuentre pero ella está convencida de que podrá hacer las dos cosas, ojalá sea así».

 

Tirso tiene ya permiso de residencia. Y colabora con la oenegé con la meta de trabajar después en la tienda de segunda mano de Boa Vida. Con los ingresos que él y su hija consiguen, además de mantenerse en España, mandan dinero a Venezuela para su mujer y su otra cría: «Si juntamos veinte euros y lo mandamos, allí es casi una fortuna», señala.

 

 

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