En 2015 el mundo se conmovió con la imagen de Aydan, el niño sirio de tres años ahogado en las costas de Turquía después de que se hundiera el barco en el que su familia intentaba llegar a las costas griegas. Poco después el periodista Nicolás Castellano visitó el campamento de refugiados Moria, pensado para 1.500 personas pero en el que llegaron a hacinarse casi 20.000 refugiados a los que no se daba acceso a la Unión Europea. De una quincena de entrevistas a peticionarias de asilo realizadas por este periodista y por la productora Unahoramenos, ha surgido la obra Moria, que se representará hoy y mañana a las 18.30 y 20.30 horas en el Rosalía de Castro.

 

Castellano ha pasado por varios países del Tercer Mundo, pero para él Moria (que, tras un incendio, se reubicó en otro campo de refugiados), es “lo peor que he visto: en los campos de Sudán del Sur estaban mejor que allí”. Para el periodista es “el mayor centro de vulneración de derechos, el paradigma de todos los incumplimientos, y en suelo europeo”. Vio a gente almacenada en la ladera de una montaña “como si fuera un parking, sin espacio”, con aguas fecales corriendo, en tiendas de campaña y entre el “desinterés” de las administraciones.

 

 

Con los años, y hasta el incendio de 2020, las condiciones se fueron deteriorando. Se montaron algunos baños químicos donados por ONG y Médicos sin Fronteras ubicó una instalación de emergencia, pero la mayoría de la ayuda era privada y “el abandono del cumplimiento de las garantías legales, total”. El reparto de comida era “irregular y escaso” relata Castellano, y fueron los propios refugiados los que montaron pequeñas aulas para dar educación a los centenares de niños que se apiñaban en el campamento.

 

Las protagonistas de Moria son dos refugiadas reales del campo, una afgana y otra iraquí, interpretadas respectivamente por Marta Viera y Ruth Sánchez. La primera actriz cuenta que para la obra se eligieron entre las entrevistas “las historias más creíbles para el público, las más, entre comillas, ligeras: las otras que se encontraron eran tan locas y terribles que podían parecer ficción”. E incluso las de estas dos mujeres incluyen experiencias que parecen de otro mundo desde la comodidad europea: guerras, bombardeos, heridas, desaparición de familiares.

 

En el caso de Viera, enfrentarse con esta realidad le dio “un poco de pudor” por ponerse en la voz de personas de carne y hueso, pero tiene claro que la obra se justifica por el “respeto y la admiración por todo lo que soportan” y como modo de denuncia de su situación. “Cada función la hacemos por ellas, y por tantas de las que no sabemos nada, y que se ningunean” cuenta.

 

¿Y por qué aceptan vivir de esta manera, qué les da fuerzas? Para Viera, se trata de una cuestión sencilla: “huyen de la muerte”. “Escapan de la guerra, tienen hambre, son represaliados políticos, están amenazados de muerte” enumera la actriz “los motiva la supervivencia física y poder encontrar una vida digna, vivir bien, en paz, con sus familias. No hay más, es así de terrible”.

 

 

Lo mismo piensa Castellano, que afirma que solo se ha sacado de estos campos a casos “absolutamente extremos” y algunos cientos de menores, pero que indica que la desatención “parece una estrategia: desincentivar la llegada maltratando a la gente”. Aún así, afirma que no conoce casos de refugiados que se hayan vuelto voluntariamente a sus países. “Todos los que llegan dejan atrás historias de gran sufrimiento: aunque Europa los someta a esta tortura, sigue siendo mejor que aquello”.

 

La estrategia migratoria europea de fronteras cerradas, para el periodista, es “persistir en el error: las razones que la gente tiene para huir son muchísimo más poderosas, así que sigue viniendo y muriendo más gente que nunca: el año pasado, 4.400 personas intentando llegar a España”.

 

La alternativa, considera, pasa por dar un acceso “de verdad” al refugio y al asilo, e introducir trabajadores que considera necesarios para la economía europea. “Y en una visión más idealista, la única forma de que la gente no muera es que hagamos algo para que la desigualdad no siga devorando a los países en vía de desarrollo” añade. Para ello, pide imitar a otros países, como Canadá, que “acepta más refugiados que toda la Unión Europea” y Colombia, que ha regularizado “a más de un millón de venezolanos”.

 

Viera ya ha realizado otras obras sobre los dramas de la inmigración, como Me llamo Suleimán, y defiende que estas historias son “necesarias”. Representando aquel trabajo, sobre el viaje de joven de Mali hasta Europa, se ha encontrado con varios espectadores que pasaron por situaciones similares y “tras la obra se acercaron a darme un abrazo, agradecidos, como si fuese una hermana”. Momentos “emotivos” que, junto con la experiencia de implicarse en temas “afines a mi pensamiento” la hacen sentirse “muy completa”.