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Milena, inmigrante recién llegada: «En Colombia si no tenía dinero no comía. En Pontevedra eso no me pasa»

(28/01/2023)

Milena, inmigrante recién llegada: «En Colombia si no tenía dinero no comía. En Pontevedra eso no me pasa»

María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

 

Milena, que llegó desde Colombia a Pontevedra hace cuatro meses y cambió el cultivo de café en su país por el de repollos y guisantes en la huerta de la oenegé Boa Vida.

Milena, que llegó desde Colombia a Pontevedra hace cuatro meses y cambió el cultivo de café en su país por el de repollos y guisantes en la huerta de la oenegé Boa Vida. Ramón Leiro

 

Hombres y mujeres que tratan de empezar una nueva vida en la ciudad pontevedresa cultivan huertos al amparo de una oenegé. Trabajan a cambio de llevarse huevos y repollos o, simplemente, para no sentirse parados

 

27 ene 2023 .

 

Sin papeles para trabajar legalmente. Sin ahorros y sin ayudas económicas —los que hablan alegremente de las subvenciones que se dan a los inmigrantes deberían conocer la realidad de las decenas de personas que llegan de forma irregular—. Ese es el panorama al que tienen que sobrevivir quienes deciden que, aún en situación irregular, prefieren probar suerte en Galicia antes que volver a su país de origen. Le ponen rostro a esta realidad Milena, Hugo, Emmanuel y Ronald. Todos ellos son colombianos y, a las diez de la mañana de este jueves, trabajaban sacho en mano en una huerta de Alba cedida por la oenegé Boa Vida dentro de un proyecto para ayudar a los inmigrantes recién llegados. Reconocen que lo están pasando mal. Pero también confiesan que desde que llegaron sienten el abrazo de las entidades benéficas y de muchos compatriotas.

 

Milena está poniendo varas a unos guisantes. Tiene 40 años y se subió al avión sola, dejando allí a toda su familia. Hizo el Camino de Santiago y decidió que el sitio más hermoso por el que había pasado era Pontevedra., así que trató de establecerse aquí. Dice que se sintió protegida desde el minuto cero: «En Boa Vida me acogieron muy bien y participo en muchas actividades con ellos». Comenzó a acudir a la huerta, de donde se lleva los cultivos que van saliendo o una docena de huevos de cuando en vez de las gallinas a las que ayuda a criar. Acude diariamente al comedor social, donde le suministran táperes con un plato caliente. Por eso, afirma con rotundidad: «En Colombia si no tenía dinero no comía, aquí eso no me pasa. Aquí no veo que tengas que pasar hambre». Tuvo suerte también con la vivienda. Está eternamente agradecida a una amiga que conoció, que trabaja interna en una casa pero que tiene alquilada una habitación y se la deja a ella mientras no la usa. Así sobrevive en Pontevedra.

 

 Del café a los repollos gallegos

 

Milena echa las manos a la tierra y sonríe. Dice que es mujer de campo. Y que en Colombia cultivaba café. Ahora pone su empeño en hacer brotar ajos, repollos y guisantes. Afirma que la huerta está sirviendo de bálsamo para que no eche de menos su tierra: «Allí cultivaba, me gusta poder hacer lo mismo aquí», dice.

 

Los cuatro partipantes en el proyecto de huerta de Boa Vida junto con Goitia, su monitora (de naranja).

Los cuatro partipantes en el proyecto de huerta de Boa Vida junto con Goitia, su monitora (de naranja). Ramón Leiro

 

 

A su lado trabajan Hugo, Emmanuel y Ronald. La tristeza que anida esa mañana en los ojos de Emmanuel no le pasa desapercibida a nadie. Tampoco a Goitia, la monitora de huerta, y a Santi, integrador social de Boa Vida, que están pendientes de cada uno de sus movimientos. A Emmanuel, de 22 años, le afecta hablar de su tierra y de cómo la dejó atrás hace ahora un año. Porque creía que iba a pasar algo que no ocurrió: «Vine a Pontevedra porque aquí está mi abuela, que tiene nacionalidad española. Ella creía que al ser su nieto me darían los papeles, pero no ocurrió así. Voy a tener que esperar. Y me da mucha pena porque yo vine con la idea de meterme en el Ejército español, ya que en mi país estuve en seguridad y también trabajé como policía».

 

La esperanza de Emmanuel es que llegue al fin el día de tener la ansiada documentación española. Sabe que tardará unos tres años. Y lo mismo le pasa a Ronald y Hugo. Este último, de 54 años, se vino a Pontevedra con su esposa porque antes habían recalado en la urbe unos familiares de ella. Dice que tuvieron que marcharse de Colombia porque su mujer regentaba una peluquería y unos delincuentes querían que pagase para poder seguir trabajando: «Al principio les dimos dinero, pero luego no podíamos más y nos marchamos», cuenta. No sabe cómo les irán las cosas en España. Pero se agarra a la esperanza: «Al menos aquí hay seguridad, eso es impagable», dice.

 

Los testimonios los completa Ronald, de 37 años. Llegó hace tres meses de Bucaramanga, donde trabajaba de conductor. Él también está a pie de huerta. Acudiría igual si no se pudiese llevar cultivos: «No quiero estar sin hacer nada», dice.

 

 

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